miércoles, 5 de diciembre de 2012

NIEMEYER A UdeC

Oscar Niemeyer retratado por el
fotógrafo Kurt Hutton,
publicada en sitio web de
revista Vanity Fair

Con motivo del fallecimiento del gran Oscar Niemeyer, arquitecto fundamental en el desarrollo de la arquitectura moderna y sudamericana, además de ser gestor de espectaculares proyectos que han pasado ser parte de la historia de la arquitectura mundial, Historia Arquitectónica de Concepción presenta a sus lectores una transcripción de la carta enviada por el arquitecto en cuestión a la Universidad de Concepción, institución que lo invita a la Séptima Escuela de Verano en 1962. Lamentablemente Niemeyer no pudo asistir al evento, pero envía una carta excusándose además de presentar una notable postura respecto al rol del arquitecto en una sociedad llena de cambios. Sin más preámbulos, acá va la carta:

Desafortunadamente no me fue posible asistir al encuentro de Concepción y participar en la Séptima Escuela de Verano de la Universidad de Concepción, pero no puede dejar de llevar a los que allí comparecieron una palabra de cordialidad y simpatía.

Quiero expresar, al menos, lo que pienso del tema propuesto en esta época de inquietud en que vivimos, inquietud que asume en América del Sur el aspecto más grave y aflictivo.

Gustaría, ciertamente de hablarles sobre la posición del arquitecto en el mundo actual, -como el tema que la Universidad sugiere- pero el mundo actual relega los problemas profesionales a un plano secundario.

¿Qué adelantaría en verdad hablar de las perspectivas de la arquitectura contemporánea, de la riqueza de la técnica constructiva o de las posibilidades del concreto armado que todo nos permite realizar abriéndonos un campo nuevo e imprevisible de formas y soluciones cuando vemos a nuestro alrededor un pueblo cansado de lucha y explotación sistemática, que ya no reclama confort y bienestar, sino apenas el derecho de vivir dignamente? ¿Cómo podría hablarse de los temas idealistas de la arquitectura moderna, de lo que pueden éstos representar para la sociedad, cuando la mayoría de la sociedad no participa de ellos, y ya se impacienta frente a tanta discriminación e injusticia?

¿Cómo sobre las tendencias del arte contemporáneo que los arquitectos bien nutridos se complacen en debatir cuando nuestra profesión se dirige, como simple mujerzuela, a un pequeño grupo de privilegiados?, ¿Cómo situarme ajeno a tal incomprensión y desacierto? ¿Cómo hablar de asuntos profesionales aunque los reconozca necesarios a la propia vida, si se niegan a los más humildes y desamparados? ¿Cómo discutir los problemas del espíritu y de la cultura –aún haciéndolo en forma humana y elevada- en la hora en que los países de América se reúnen para oprimir al pueblo cubano que desea apenas ser libre y vivir con dignidad? No, mis amigos, no soy de los que ven la propia profesión como cosa superior e indispensable. La veo, por el contrario como simple complemento de problemas básicos y fundamentales.

¿Qué adelantaría por lo tanto definir la actitud profesionales del arquitecto, actitud que en mi opinión debería caracterizarse por la modestia e independencia, permitiéndole la libertad total de concepción, sin la preocupación servil de la crítica fácil, cuando nuestro trabajo, ajenos a los intereses de la colectividad, se subordina a las clases dominantes, a sus deseos y caprichos?

Durante cuatro años despreciando intereses económicos y materiales, trabajamos en Brasilia. Cuatro años de luchas, sacrificios y entusiasmos, compensados por el placer de ver la obra concluida y la ciudad surgir, bella y civilizada, donde antes había sólo desierto y abandono. Cuatro años que nos curtieron la piel y el alma, haciéndonos más experimentados, más lúcidos y realistas, seguros de que nuestro trabajo se genera fatalmente de las condiciones sociales existentes que debiera oprimir con todas sus contradicciones y desaciertos.

Transcribo un fragmento de un pequeño libro: “Experiencia en Brasilia”, que les dará una idea del desengaño sufrido al ver la ciudad inaugurada; “Con el traslado de la capital cambió mucho y vimos con pesar que el ambiente se transformó por completo perdiendo aquella solidaridad humana que antes lo distinguía que nos daba la impresión de vivir en un mundo diferente, en un mundo nuevo y justo que siempre deseamos. Vivíamos en aquella época como una gran familia, sin prejuicios y desigualdades. Morábamos en casas iguales, comíamos en los mismos restaurantes, frecuentábamos los mismos locales de diversión. Hasta nuestras ropas eran semejantes. Uníamos un clima de fraternidad proveniente de idénticas incomodidades. Ahora, todo cambió y sentimos que la vanidad y el egoísmo están aquí presentes y que nosotros mismos estamos volviendo poco a poco, a los hábitos y prejuicios de la burguesía que tantos detestamos."

Pasamos a preocuparnos por la indumentaria y a frecuentar locales de lujo y discriminación. Vimos a nuestros compañeros, los más humildes, sólo de pasada y sentimos que una barrera de clases nos separó. Nuestras casas perdieron aquel aspecto proletario que antes los atraía, como si fuesen sus propias casas, o una prolongación de nuestra oficina y el confort que hoy disfrutamos -aunque modesto- los asusta e intimida, reteniéndolos a nuestra primera puerta como aguardando una invitación indispensable.

La conversación perdió aquel calor humano – simple e inocente que nos revivía, conducida ahora por los que llegan -con nuestro repudio- para asuntos de lucro y especulación.

Sólo aquellos compañeros no cambiaron con las miserias y reivindicaciones de siempre.

Brasilia cambió mucho y eso nos deprime a pesar de que comprendemos las contingencias degeneradas por una ciudad que crece y que durante algún tiempo, por lo menos, representará el régimen, con todos sus vicios e injusticias.

Somos, entretanto, optimistas. Pronto, la ilusión que perdimos será realidad”.
He ahí, mis amigos, la situación brasileña que Jean Paul Sartre definió tan bien: “Sesenta y cinco millones en la miseria contra cinco millones de ricos y pudientes”. Esa es la situación de los pueblos de América, de la cual se genera la lucha de liberación a que hoy asistimos.

Es el mundo de los pobres que se rebelan exigiendo de todo inclusive de Uds. que ahí se reúnen –una actitud de apoyo, comprensión y solidaridad.”




Oscar Niemeyer
Mensaje a la Universidad de Concepción
Enero de 1962
Transcrito de publicación en el “El Sur” del lunes 20 de mayo de 1963. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

MOFA

Es una vergüenza para la ciudad de Concepción lo ocurrido en Barros Arana entre Tucapel y Orompello con la nueva tienda Tricot. En primer lugar, demuelen el ex Cine Lux, destacada obra de 1944 que daba pie para numerosas intervenciones y que poseía una espléndida sala de espectáculos con una envidiable acústica y en un muy buen estado, por sobre todo, poseía una riqueza espacial notable, circulaciones diferentes a cualquier otra y un programa que hacía equilibrio entre lo administrativo y la misma sala de espectáculos. La edificación es demolida, reducida a los cimientos y borrada para siempre del suelo penquista.
La poca visión respecto a la reutilización de un edificio lleva a perder grandes construcciones y lamentablemente nuestra ciudad da prueba de ello.  
Mera ignorancia, ignorancia que se manifiesta en lo que se construye posteriormente, un paupérrimo galpón forrado en revestimientos brillantes y metálicos pero que al fin y al cabo es un galpón. Fuera de la pobreza arquitectónica y que hace pensar en el crimen del edificio del Cine Lux, nos encontramos con el segundo gran problema de la tienda, su nombre: “Concepción Teatro”, a ver, en primer lugar demuelen una sala de espectáculos y más encima se ubican frente a otro adefesio, el Mall del Centro, el cual ha sobrevalorado una fachada que nada tuvo que ver con el Teatro Concepción, absolutamente nada y ha formado un mito en la actual ciudadanía penquista, o sea, Tricot es un claro ejemplo del círculo vicioso que conlleva la ignorancia, las pésimas políticas patrimoniales en Chile y Concepción y más encima la negligencia por parte de la opinión pública, la cual asimila este tipo de hechos y al final, caen en lo mismo, la ignorancia… …y el círculo sigue.

Demolición del Cine Lux, construcción del galpón que alberga actualmente a Tricot.

¿Es una broma?, por no decir otra cosa...