Oscar Niemeyer retratado por el fotógrafo Kurt Hutton, publicada en sitio web de revista Vanity Fair |
Con motivo del fallecimiento del gran Oscar Niemeyer, arquitecto fundamental en el desarrollo de la arquitectura moderna y sudamericana, además de ser gestor de espectaculares proyectos que han pasado ser parte de la historia de la arquitectura mundial, Historia Arquitectónica de Concepción presenta a sus lectores una transcripción de la carta enviada por el arquitecto en cuestión a la Universidad de Concepción, institución que lo invita a la Séptima Escuela de Verano en 1962. Lamentablemente Niemeyer no pudo asistir al evento, pero envía una carta excusándose además de presentar una notable postura respecto al rol del arquitecto en una sociedad llena de cambios. Sin más preámbulos, acá va la carta:
“Desafortunadamente no
me fue posible asistir al encuentro de Concepción y participar en la Séptima
Escuela de Verano de la Universidad de Concepción, pero no puede dejar de
llevar a los que allí comparecieron una palabra de cordialidad y simpatía.
Quiero expresar, al
menos, lo que pienso del tema propuesto en esta época de inquietud en que
vivimos, inquietud que asume en América del Sur el aspecto más grave y
aflictivo.
Gustaría, ciertamente
de hablarles sobre la posición del arquitecto en el mundo actual, -como el tema
que la Universidad sugiere- pero el mundo actual relega los problemas
profesionales a un plano secundario.
¿Qué adelantaría en
verdad hablar de las perspectivas de la arquitectura contemporánea, de la
riqueza de la técnica constructiva o de las posibilidades del concreto armado
que todo nos permite realizar abriéndonos un campo nuevo e imprevisible de
formas y soluciones cuando vemos a nuestro alrededor un pueblo cansado de lucha
y explotación sistemática, que ya no reclama confort y bienestar, sino apenas
el derecho de vivir dignamente? ¿Cómo podría hablarse de los temas idealistas
de la arquitectura moderna, de lo que pueden éstos representar para la
sociedad, cuando la mayoría de la sociedad no participa de ellos, y ya se
impacienta frente a tanta discriminación e injusticia?
¿Cómo sobre las
tendencias del arte contemporáneo que los arquitectos bien nutridos se
complacen en debatir cuando nuestra profesión se dirige, como simple
mujerzuela, a un pequeño grupo de privilegiados?, ¿Cómo situarme ajeno a tal incomprensión
y desacierto? ¿Cómo hablar de asuntos profesionales aunque los reconozca
necesarios a la propia vida, si se niegan a los más humildes y desamparados? ¿Cómo
discutir los problemas del espíritu y de la cultura –aún haciéndolo en forma
humana y elevada- en la hora en que los países de América se reúnen para
oprimir al pueblo cubano que desea apenas ser libre y vivir con dignidad? No,
mis amigos, no soy de los que ven la propia profesión como cosa superior e
indispensable. La veo, por el contrario como simple complemento de problemas
básicos y fundamentales.
¿Qué adelantaría por
lo tanto definir la actitud profesionales del arquitecto, actitud que en mi
opinión debería caracterizarse por la modestia e independencia, permitiéndole
la libertad total de concepción, sin la preocupación servil de la crítica
fácil, cuando nuestro trabajo, ajenos a los intereses de la colectividad, se
subordina a las clases dominantes, a sus deseos y caprichos?
Durante cuatro años
despreciando intereses económicos y materiales, trabajamos en Brasilia. Cuatro años
de luchas, sacrificios y entusiasmos, compensados por el placer de ver la obra
concluida y la ciudad surgir, bella y civilizada, donde antes había sólo
desierto y abandono. Cuatro años que nos curtieron la piel y el alma, haciéndonos
más experimentados, más lúcidos y realistas, seguros de que nuestro trabajo se
genera fatalmente de las condiciones sociales existentes que debiera oprimir
con todas sus contradicciones y desaciertos.
Transcribo un
fragmento de un pequeño libro: “Experiencia en Brasilia”, que les dará una idea
del desengaño sufrido al ver la ciudad inaugurada; “Con el traslado de la
capital cambió mucho y vimos con pesar que el ambiente se transformó por
completo perdiendo aquella solidaridad humana que antes lo distinguía que nos
daba la impresión de vivir en un mundo diferente, en un mundo nuevo y justo que
siempre deseamos. Vivíamos en aquella época como una gran familia, sin
prejuicios y desigualdades. Morábamos en casas iguales, comíamos en los mismos
restaurantes, frecuentábamos los mismos locales de diversión. Hasta nuestras
ropas eran semejantes. Uníamos un clima de fraternidad proveniente de idénticas
incomodidades. Ahora, todo cambió y sentimos que la vanidad y el egoísmo están
aquí presentes y que nosotros mismos estamos volviendo poco a poco, a los
hábitos y prejuicios de la burguesía que tantos detestamos."
Pasamos a preocuparnos
por la indumentaria y a frecuentar locales de lujo y discriminación. Vimos a
nuestros compañeros, los más humildes, sólo de pasada y sentimos que una barrera
de clases nos separó. Nuestras casas perdieron aquel aspecto proletario que
antes los atraía, como si fuesen sus propias casas, o una prolongación de
nuestra oficina y el confort que hoy disfrutamos -aunque modesto- los asusta e
intimida, reteniéndolos a nuestra primera puerta como aguardando una invitación
indispensable.
La conversación perdió
aquel calor humano – simple e inocente que nos revivía, conducida ahora por los
que llegan -con nuestro repudio- para asuntos de lucro y especulación.
Sólo aquellos
compañeros no cambiaron con las miserias y reivindicaciones de siempre.
Brasilia cambió mucho
y eso nos deprime a pesar de que comprendemos las contingencias degeneradas por
una ciudad que crece y que durante algún tiempo, por lo menos, representará el
régimen, con todos sus vicios e injusticias.
Somos, entretanto,
optimistas. Pronto, la ilusión que perdimos será realidad”.
He ahí, mis amigos, la
situación brasileña que Jean Paul Sartre definió tan bien: “Sesenta y cinco
millones en la miseria contra cinco millones de ricos y pudientes”. Esa es la
situación de los pueblos de América, de la cual se genera la lucha de
liberación a que hoy asistimos.
Es el mundo de los
pobres que se rebelan exigiendo de todo inclusive de Uds. que ahí se reúnen –una
actitud de apoyo, comprensión y solidaridad.”
Oscar Niemeyer
Mensaje a la
Universidad de Concepción
Enero de 1962
Transcrito de
publicación en el “El Sur” del lunes 20 de mayo de 1963.
Justo estaba tratando de hacer memoria si en alguna parte había leido que el propio Oscar reflexionara con respecto a Brasilia, un proyecto emblemático pero al mismo tiempo de una gran controversia, sus dimensiones escapan a lo humano, diciéndolo en un sentido sintéticamente amplio.
ResponderEliminarPero con esta carta me parece muy interesante el mea culpa con respecto a Brasilia, por lo menos asi lo entiendo, la necesidad de dejar en claro que la ciudad cambió luego de su inauguración, precisamente perdiendo esa solidaridad de lo humano, ese calor que, probablemente, acercaba esa dimensión inhumana.
Muy buen registro, Luí.
Excelente... se me viene inmediatamente la imagen de la zona residencial de Candangolandia, lugar donde moran los trabajadores con su look similar a cualquier toma/campamento de Chile... versus la imagen de ciudad moderna en el centro fundacional.
ResponderEliminarHay que evaluar si es un proceso del humano, en si mismo, que discrimina y termina tornándolo así con el paso del tiempo o si aún la ciudad mas impecablemente diseñada no da cabida a todos por igual.
Buen aporte Luiz
Luis,
ResponderEliminarHace sentido su reflexión post Brasilia y coherente con su postura política y valoración de la Vida por sobre la Arquitectura. Siempre he tenido conflictos con su postura arquitectónica monumental, sin embargo, me encantan sus edificios que no tienen esta pretensión, partiendo por el Copan en SP, imagen y espacialidad que convivi los años de mi formación universitaria.
Bonito homenaje.
Claudia Lima
LO VOY A LLEVAR ALA OFICINA MAÑANA PARA DISCUTIRLO CON DON OSVALDO.
ResponderEliminarESTA BONITO